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La “vida en tres etapas” plantea nuevos desafíos

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Imagina a un miembro de la Generación Z, nacido en 1997 (esto es, después de los millennials de la Generación Y). Ella espera vivir hasta los 100 años, especialmente debido a las futuras tecnologías para regenerar tejidos. Pero también espera pasar la mayoría de ese tiempo en un planeta donde las temperaturas han aumentado en dos o tres grados. También podría pagar arriendo y trabajar hasta entrados los ochenta, mientras que sus abuelos compraron casas a los veinte, se jubilaron a los cincuenta y le están heredando una deuda pública en términos generales igual al producto interno bruto. No es de extrañar que esté enojada.

Por otra parte, imaginen a un baby boomer. Fue expulsado de la fuerza laboral a los 59 años, sus décadas de experiencia instantáneamente olvidadas. Ahora se siente subestimado o despreciado por las personas más jóvenes, si es que alguna vez se encuentra con alguien, dado que vive solo en un pequeño pueblo envejecido. No es de extrañar que esté enojado.

El choque generacional en las sociedades occidentales puede ser más agudo que las divisiones económicas y raciales con las que coincide. El Reino Unido, en particular, ahora se dirige a una confrontación entre los viejos leavers y los más jóvenes remainers acerca del Brexit. Para apaciguar el conflicto generacional, tenemos que terminar con la segregación generacional, “una herida severa que nos hemos infligido nosotros mismos”, razona Marc Freedman, autor de How to Live Forever.

Durante la mayor parte de la historia, las generaciones se mezclaban mucho más, explica Freedman en el Foro de Longevidad en Londres. Los jóvenes ocasionalmente asistían a la universidad, los adultos mayores rara vez se jubilaban, por lo que a menudo trabajaban juntos y compartían hogares multigeneracionales. Muchos no sabían cuántos años tenían. La edad cronológica importaba tan poco, menciona el historiador de la Universidad de Brown, Howard Chudacoff, que la canción de “Cumpleaños Feliz” (publicada por primera vez en 1912) fue apenas conocida hasta 1934.

Pero luego desarrollamos lo que Lynda Gratton y Andrew Scott, autores de The 100-Year Life, llaman “la vida en tres etapas”: los jóvenes estudian, aquellos entre veinte y sesenta trabajan, mientras que los viejos se jubilan, voluntariamente o no, a menudo segregados de todos los demás. (Mi suegro vive en una aislada “comunidad de jubilados” en Carolina del Sur, donde los residentes pueden tener mascotas, pero no niños.) El día de Acción de Gracias es un día raro, en donde estadounidenses de todas las generaciones se reúnen. Debido a que la gente mayor ha sido excluida del trabajo, no es de extrañar que hayan recurrido a capturar el estado de bienestar. (En Brasil, para citar un caso extremo, la mitad del presupuesto federal se gasta en pensiones.) Tampoco es raro que haya una desconfianza intergeneracional: Freedman llama a las universidades “el último bastión de la segregación etaria”, lo que ayuda a explicar por qué los republicanos más viejos de Estados Unidos tienden a tenerles aversión. Y no es de extrañar que, en general, las generaciones segregadas se hayan apartado de las visiones de mundo. Un ejemplo de esto: en las elecciones de Estados Unidos en 2008, la comediante Sarah Silverman les rogó a los judíos jóvenes que volaran a Florida para decirles a sus abuelos que votaran por Obama. Los millennials estadounidenses tienen aproximadamente el doble de probabilidades que los miembros de la “Generación Silenciosa” (nacidos en 1928-1945) de ser liberales, según Pew Research. La tercera edad ha sido extendida, pero desfavorecida a propósito. Esther Rantzen, la ex presentadora de TV británica que comenzó con la línea telefónica de ayuda para gente mayor, The Silver Line, contó en el Foro de la Longevidad que las personas que llamaban estaban aterradas de ser una “carga” para los ocupados jóvenes. Una mujer le dijo a Rantzen: “Ahora soy una optimista. Así es como puedo enfrentar otro día sin sentido cuando soy una pérdida de espacio”. Más de un millón de británicos declaran pasar más de un mes sin hablar con algún amigo, vecino o pariente, según Age UK. Todavía me siento culpable por la reciente tarde del domingo cuando estaba sentado al lado de una mujer mayor en una banca del parque, medio viendo a mis hijos jugar. La mujer empezó a conversar conmigo. Respondí con monosílabos, porque tenía un deseo intenso de pasar un momento solo. Pero esa pudo ser la única conversación que tuvo en el día.

Nosotros, los de edad mediana, a menudo tenemos demasiadas relaciones, mientras que los más viejos tienen poquísimas. Aquí hay un trueque obvio: deberíamos transferirles algunas de nuestras relaciones a ellos. Todos se burlan de los adultos que viven con sus papás, pero yo envidiaba a un amigo cuyos padres se mudaron desde Estados Unidos a un departamento en su edificio en París. Los nietos pueden ver a sus abuelos, mi amigo y su mujer tienen babysitters y los viejos tienen compañía. Freedman elogia el actual cambio en el diseño urbano hacia la vida intergeneracional: viviendas en Cleveland, por ejemplo, donde jubilados y estudiantes de postgrado viven juntos.

Los mayores de sesenta de hoy –que estén sanos– también deberían quedarse en sus lugares de trabajo. Japón, donde uno de cada ocho empleados tiene más de 65 años, lidera el camino. La combinación entre el conocimiento innovador de los jóvenes y la experiencia de la gente mayor (recientemente dramatizada en la película The Intern) es poderosa, mencionó el alto miembro del Partido Conservador, David Willetts, también en el foro de Londres. Solo requerirá que jóvenes y viejos se traten entre ellos como iguales. Mientras tanto, las universidades ahora le ofrecen a la gente mayor programas para la “tercera edad”. Si vamos a vivir cien años, no podemos dejar de aprender a los 22. El modelo de jubilación masiva de finales del siglo XX, el primero alguna vez desarrollado, fue un experimento que fracasó. Ahora, si podemos terminar con la segregación de las generaciones, podríamos sanar nuestra política.

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