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Brillo Decadente

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Por: Juan José Richards

Netflix ha entendido cómo capitalizar sus estudios de audiencias para hacer de la nostalgia una clave fundamental. Basta ver Stranger Things, concebida como un collage de citas de películas de terror y ciencia ficción de los ochenta, o el noventero capítulo San Junipero, de Black Mirror, para hacerse una idea de la fórmula por la que están apostando: conmover a un público entre treinta y cincuenta años que creció viendo producciones, hoy consideradas de culto. Esto, con un giro para que resulten a la vez nostálgicas y actuales.

GLOW no es la excepción. Su creadora es la premiada Jenji Kohan, productora de Weeds y Orange Is The New Black, dos series que tuvieron a la crítica de su lado y que contaron historias protagonizadas por mujeres de carácter fuerte en una sociedad adversa. En GLOW, el sello de Kohan se hace explícito: a través de un casting casi completamente femenino, cuenta las dificultades de un grupo de catorce mujeres por abrirse un espacio en Los Ángeles en los 80.

Alison Brie (Mad Men, Community) interpreta a Ruth Wilder, una intensa aspirante a actriz, que lleva años luchando por obtener roles potentes en una industria que sólo representa a mujeres como secretarias o amantes. Cansada de haber sido rechazada en cientos de castings, decide apostar por GLOW, un emergente programa de lucha libre femenina que está por estrenarse en un mediocre canal de televisión.

Ahí conoce a mujeres que, por diversos motivos, fueron seleccionadas para el show. Todas terminan viviendo juntas en un precario motel junto a un gimnasio donde realizarán sus entrenamientos. Está la dueña de casa, la amiga infiel, la adolescente rebelde, la muchacha tímida, la extranjera extrovertida, la estrella de teleseries en decadencia. Cada una tendrá que aprender, arriba y abajo del ring, a superar los estereotipos que representan… y a luchar delante de las cámaras.

Vemos a Ruth, en una apretada malla de lycra, lidiar con sus frustraciones profesionales, con las dificultades del Hollywood de la época, pero también con el desastre que es su vida personal. Notables son las largas escenas en que ella discute con Sam Sylvia, el deslenguado director del programa, un adicto a la cocaína que busca financiamiento para su próximo proyecto. Los diálogos entre ellos son rápidos, agudos y honestos. El libreto se permite ironizar con el feminismo y el resultado, que bordea lo políticamente incorrecto, es brillante. Finalmente, divierte y emociona. Recuerdo pocas series que me hayan hecho reír y llorar al mismo tiempo (creo que Six Feet Under fue una de esas), pero para emocionarse con GLOW hay que tener paciencia.

Más allá de la logradísima dirección de arte que nos sitúa en la California de los 80, donde vemos a las mujeres con sus dorados, mallas y exceso de maquillaje, recién en el episodio ocho empezamos a profundizar en sus miserias. Las vemos cansadas y aburridas con sus vidas, atrapadas por la imposibilidad de surgir en un mundo dominado por hombres. Empezamos a ver a las luchadoras fuera del ring asumiendo sus fracturas más personales y, en ese contexto, por fin entendemos que el cuadrilátero es una metáfora de la lucha que dan en sus vidas.


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