Algunas personas perciben cierto misticismo en la voz de Jordan Peterson, otras perciben rabia. Pero sobre todo, destila certezas. La seguridad en los aeropuertos es “fascismo aterrante”; las políticas identitarias son “asesinas”; culpar al capitalismo de la inequidad “va más allá de los límites de la ingenuidad”. Peterson es a los juicios morales lo que los inspectores de tránsito son a los partes de estacionamiento. El sicólogo describe su coeficiente intelectual como “fuera de tabla”.
“La ingratitud es una de las cosas que está profundamente errada”, dice al comienzo de nuestro almuerzo, lo que, de paso, deja por sentado que la conversación no será liviana. “Oyes a todos los izquierdistas radicalizados alegar por el 1%. Pero, si miramos desde estándares mundiales, ellos son el 1%”, dice.
Tal vez el lector no tenga ni idea acerca de Jordan Peterson. Si el concepto de social media no hubiera sido inventado, tal vez nadie de nosotros lo conocería.
En 1999, siendo profesor de sicología en la Universidad de Toronto, Peterson publicó su primer libro, Mapas de significados, y casi nadie lo leyó. En 2001, escribió una carta abierta dirigida a George W. Bush y al Congreso advirtiendo que, si se tomaban medidas vengativas por los ataques a las Torres Gemelas, se arriesgaba producir un “ciclo de terror”. De nuevo, casi nadie leyó su carta. Peterson parecía destinado a ser un “bien considerado” sicólogo con un espacio en la televisión pública de Ontario, algo así como un Frasier sin humor.
Pero apareció el efecto Internet. El año 2013, Peterson empezó a subir sus charlas a YouTube y tres años después denunció un proyecto de ley que, según él, llevaría a la persecución de quienes se negaran a llamar a los transexuales con el pronombre que ellos escogieran. Este episodio lo convirtió, de la noche a la mañana, en un general de las guerras culturales. Y le gustan las batallas. “Feliz te daría una cachetada”, le dijo a un crítico en Twitter.
Anti #MeToo
Quienes apoyan a Trump han tenido suficientes expertos, pero pareciera que con Peterson quieren más y más. YouTube está lleno de videos con títulos tales como “Cómo callar a un marxista: Discurso de Jordan Peterson” (480.000 vistas) o “Jordan Peterson deja mudas a las feministas” (878.000 vistas). Su manual de autoayuda 12 reglas para la vida ha vendido más de un millón de copias desde que fue publicado en enero pasado. “Tengo un imperio multimedia”, dice con intensidad. Se siente parte de una “revolución total”: “La palabra oral ahora tiene el alcance de la palabra escrita. Tal vez para la gente sea más fácil escuchar que leer y eso podría implicar que el mercado de las ideas aumente en un 25% o 50%, no lo sabemos con exactitud pero es mucho”, dice.
Peterson epitomiza acerca de cómo Internet está reformulando el debate público y siendo un megáfono para las voces marginales. Incluso sus opositores coinciden en que llega hasta a aquellos derechistas blancos y ansiosos que la izquierda no alcanza. Es anti #MeToo, anti-1968, defensor de la convencional masculinidad. Cree que los privilegios de los blancos son una mentira marxista y que el tejado de vidrio es “harto más complejo de lo que se ve”. Busca convencer a la gente de que deje la justicia social de lado, que tomen responsabilidades personales y que lean la Biblia. Para cualquiera que piense que Canadá es solo Justin Trudeau o Margaret Atwood, este es un juicio de realidad.
No se trata solo de los pro-Trump. ¿Quién no se ha sentido ocasionalmente frustrado por las políticas identitarias? ¿Quién puede no ver las fracturas de nuestro contrato social y nuestra ética liberal? Uno puede perturbarse con su estilo de debate, pero no puede dejar de percibir la incómoda sensación de saber que él está discutiendo con hechos. “Solo estoy poniendo a la vista la evidencia empírica”, dijo mientras participaba en el programa de la periodista Cathy Newman en el Canal 4, una entrevista de 30 minutos y probablemente una de sus más comentadas presentaciones. El más controversial canadiense es correcto, pero ¿está en lo correcto?
Peterson detesta los carbohidratos tanto como a los marxistas. Sigue una muy, muy, muy estricta dieta basada en carnes, pescado y algunas verduras y lo hace para manejar la depresión y un desorden autoinmune. Por esta razón, en vez de reunirnos en un restaurante lo hacemos en un departamento en Bloomsbury, Londres, donde su mujer le prepara la comida. (Para Peterson la tradicional distribución de tareas en la casa es generalmente “caos, desorden e indefinición”).
Llego al encuentro con un ramo de girasoles y una botella de vino, pero Peterson no puede tomar. El departamento es pequeño y falta ventilación, con la cocina en una pared y una enorme televisión en la otra.
Se sirve un caldo en un bowl para él y pone un trozo de pan y una tortilla española en un plato para mí. Deja un puesto a su lado y lo llama su “plato subsidiario”.
La “norma” de la inequidad
El punto de partida de la filosofía de Peterson es que “la vida es sufrimiento” y que la felicidad es una meta estúpida. Le pregunto si su vida ha sido principalmente de sufrimiento o de alegrías y me dice que es una buena pregunta, teniendo 55 años. Por un lado lo ha azotado “una viciosa depresión”, a él, a su hija, a su padre y a su abuelo. Su hija también padece de artritis reumatoide. Por otro lado, está su carrera y su familia, sus hijos y un nieto que acaba de nacer. “Posiblemente lo bueno pesa más que lo malo”, concluye.
Él y Tammy crecieron en la misma calle, en Fairview, un pueblo en el norte de la provincia de Alberta. Los inviernos eran tan helados que las personas en situación de calle morían congelada y la ciudad más grande quedaba a cientos de millas de distancia. Su padre era profesor y jefe local de bomberos. Él fue un niño apagado y llorón que trabajó desde los 13 años en toda clase de cosas. “Soy práctico, no soy un mal carpintero y podría remodelar una casa. Me gusta la gente de la clase trabajadora”, afirma.
Después de graduarse fue profesor en algunos períodos, en Harvard y en Toronto, y desarrolló un test de personalidad basado en cinco aspectos para distintas compañías. (Él calificó en percentil 99 para asertividad pero solo con percentil 30 en comportamiento social).
Cuando la fama llegó a su puerta, la recibió más que feliz. “No lo esperaba, no era esperable, este nivel de notoriedad no era predecible”, dice. Él sabía que estaba exponiendo “las más fundamentales ideas de la sicología”. Dice que al menos un 40% de lo que piensa proviene de Carl Jung, pero que también hay “un fuerte componente biológico”.
A estas alturas, Peterson se ha sacado sus sandalias Ecco y se sienta a pie pelado y con las piernas cruzadas mientras come. No es zen. Le comento que sus críticos dicen que él se compone de clichés, por ejemplo que la séptima regla de su último libro es “perseguir lo que es significativo”. Eso enciende la conversación. “Por Dios, si hay algo que no soy es ser ingenuo. Tengo más de 20.000 horas de práctica clínica y la ingenuidad se pierde rápidamente. He ayudado a personas que han tenido que manejar situaciones que la mayoría de la gente no logra imaginar”.
La atmósfera se vuelve gélida y me concentro en mi plato, picante y seco. El dueño de casa se sirve agua y aleja el jarro, la botella de vino permanece cerrada.
Peterson está obsesionado con las atrocidades de los nazis y de los comunistas, pero su casa de Canadá está decorada con propaganda soviética y su hija se llama Mikhaila, como el último líder soviético. Él ve la inequidad como “la norma” en el mundo animal y dice que está embarcado en una “batalla teológica” para poner al individuo por sobre el colectivo. Pero, también busca que la sociedad deje de inculcarles a las mujeres de 19 años que su primer destino es la carrera profesional.
“¿Pretender que la maternidad determine ambiciones no es una forma de definir a la gente por su grupo identitario?, le pregunto. “Entiendo lo que me preguntas. Solo sigo pensando en que deben ser libres para tomar sus opciones”, responde.
¿Significaría que habría menos mujeres entrando a las universidades?, arremeto. “No sé cómo funcionaría en la práctica”, dice. “El misterio no está en por qué las mujeres se bajan de los puestos de poder, el misterio es por qué se quedan. Un porcentaje muy menor de personas hacen carreras que les requieren de 80 horas de trabajo y la mayoría son hombres. ¿Por qué? Porque a los hombres los mueve el status socioeconómico más que a las mujeres”, explica.
¿Qué piensa acerca de las ideas progresistas para las mujeres de Sheryl Sandberg? “Creo que viniendo de donde viene, debiera ser cuidadosa al atribuir su éxito a su propio emprendimiento”. El punto de Peterson es que gran parte del CI es heredado y que por lo tanto Sandberg tuvo un punto de partida privilegiado. Dile eso a una persona analfabeta”.
-Pero no estoy seguro de lo que esto significa a nivel social ya que, en promedio, hombres y mujeres tienen el mismo CI. Según tu lógica, en las parejas heterosexuales donde el hombre tiene un CI inferior a su mujer, ¿no debería quedarse en la casa al cuidado de los niños?
-Es raro. Las mujeres en general no se casan con hombres de inferior CI. Pero, si lo hicieran, desde un punto de vista económico y productivo, sería deseable que los hombres se queden en la casa. Hace sentido, pero es más difícil plantearlo.
-Crees que los hombres y las mujeres tienen distintas preferencias, ¿cuál es la evidencia?
-Absolutamente arrolladora. Déjame explicarte.
Peterson busca una copa en el estante y dejamos nuestros platos en el lavaplatos.
El año pasado, James Damore, ingeniero, fue despedido por Google después de haber dicho que las mujeres eran menos aptas que los hombres para diseñar software. “Damore estaba en lo correcto, seguro que sí”, dice Peterson.
Más tradicional que conservador
“Los hospitales causan más daño que el bien que producen” y “La energía solar causa más muertes que la energía nuclear”: sus enunciados son afilados dardos.
Como uno podría imaginarse, Peterson no cree que el cambio climático sea causado por el hombre. Su libro critica a los ambientalistas, a quienes acusa de querer que haya menos humanos viviendo en el planeta. Según él, esto es la causa por la cual muchos estudiantes “sufren verdaderos deterioros en su salud mental”. ¿Hay alguna evidencia de eso?
“No, no hay evidencia ni datos duros”. El sicólogo sugiere que el problema es “materia epidemiológica”, que “los instrumentos mediante los cuales se diagnosticaba la depresión en la década de los 50 no son los que se usan ahora. Por lo tanto, el punto es más bien una hipótesis”.
Puede que Peterson sea un académico, pero no se mueve por esos cánones. Su sueldo universitario es del orden de 128.000 dólares, bastante modesto si se le compara con el millón de dólares anuales que recibe por el crowfunding del sitio Patron, por YouTube y Q&As.
Las universidades tradicionales cobran fortunas imperdonables y “no tienen posibilidades de sobrevivir en el formato actual”, dice. Por eso, Peterson contrató a tres personas para que diseñen un proyecto de universidad online “financiada por el usuario, a bajo costo pero también a través de una operación financiada por crowfunding”. Está en conversaciones con Peter Thiel, el emprendedor capitalista que promueve la deserción en los estudiantes de pregrado. Hay una difusa línea entre el pensador y el vendedor, y aquí pareciera que Peterson la ha cruzado.
Peterson se ve a sí mismo como “más tradicional que conservador”. A la vez, está abandonando las instituciones tradicionales. Exalta los contenidos de la Biblia, pero no va a la Iglesia. “No la puedo tolerar. No sé cómo decirlo exactamente, pero no tolero la presentación ritual de las ideas. No siento que quienes están presentando las ideas y hablando de ellas crean realmente que son ciertas”. Le pregunto si hace donaciones de caridad y me responde que lo hace a una fundación de niños de Toronto y a la televisión pública, pero “no en grandes cantidades”.
Últimamente dice que busca evitar que más hombres jóvenes se sumen al extremismo. Pero, le pregunto: ¿podría estar estimulando a sus admiradores a reforzar sus prejuicios para subir los decibeles? “No, no creo, rara vez me hablan de política cuando estamos juntos”.
¿Se seguirá hablando de ti en 20 años más?, pregunto. “No sé, no tengo idea en qué estaremos en 20 años más. Hay demasiadas cosas moviéndose en inteligencia artificial y en robótica”, dice.
No necesita preocuparse, pienso mientras bajo la escala. ¿Cómo podría un robot reemplazar a Jordan B. Peterson? Tal vez podrían llegar a generar juicios morales, pero seguramente tendrían un límite de datos disponibles.