Miradas silenciosas observaban a una figura encorvada y delgada mientras se paseaba inquieto por cada esquina y pasillo, devorando todo libro que se le cruzara. Un saludo rápido a esas miradas y el aviso de que iba a leer. “Tú mismo Roberto, tú mismo. Dale, dale”. Así era la clásica escena que se montaba cada vez que Roberto Bolaño ponía un pie en alguna de sus librerías favoritas, las que se convirtieron en testigos de su éxito durante los 38 años que vivió en España. Era 1977, el escritor chileno tenía 24 años y casi nada de dinero en el bolsillo. Desde México, aterrizaba en Barcelona para vivir con su madre en un departamento de apenas 15 m² y con baño compartido. Aquí leía y escribía, pero recién una vez que se mudó a Blanes alcanzó el éxito. Los detectives salvajes ha sido una de sus mayores obras, galardonada con los premios Herralde en 1998 y Rómulo Gallegos en 1999, este último considerado el reconocimiento literario más importante de Latinoamérica.
Quince años han pasado desde la muerte de Bolaño, pero este tiempo no se ha hecho notar en la librería Sant Jordi de Blanes, ni en La Central de Barcelona y tampoco en la 22 de Girona. Así lo demuestran los recuerdos de los libreros, las repisas con sus novelas en primer plano y las murallas repletas de fotos del chileno.
Una visita diaria
La Librería Sant Jordi es moderna por fuera, pero anticuada por dentro. Sus ventanales grandes y cuadrados dejan a la vista coloridas vitrinas de libros, dando incluso una apariencia minimalista; mientras que en su interior la estética no es tal: largas torres de libros se enfilan unas sobre otras en repisas verticales, horizontales y algunas incluso en el suelo. La puerta de la bodega, al fondo, está siempre abierta y por ahí desbordan cajas de cartón repletas de más libros. Su ubicación privilegiada, en plena Rambla de Joaquim Ruyra, permite que a toda hora entren y salgan literarios hambrientos; porque es la principal calle comercial del primer pueblo de la famosa Costa Brava y porque queda solo a 71 kilómetros de Barcelona. Roberto Bolaño fue quizás uno de los devoradores que más la frecuentaba desde el primer día que llegó en 1985.
Pilar Pagespetit es la dueña de la librería y no puede estar quieta: si no está en la caja, ordena libros (o, más que ordenar, los mueve de un lado a otro). Confiesa que nunca ha habido secciones, ni siquiera para los distintos idiomas. “No hay tiempo”, dice. Todos los días llegan libros y entonces los amontona donde puede. Para ella, la gracia es sumergirse en ese mar y bucear hasta dar con el indicado. Dos jóvenes dedican toda la mañana a revolver. Hojean en silencio, comentan en murmullo y se mueven de una esquina a otra hasta que, recién al final del día, se deciden por Fuenteovejuna: “Así era Roberto. Igual que ellas. Pasaba todo el día revisando, buscando, y escogía uno”, explica. Según ella, a él le gustaba esa librería porque “se vive y deja vivir”. Cada mañana, después de ir a dejar a sus hijos Alexandra y Lautaro a la escuela Joaquim Ruyra, Bolaño llegaba a husmear: “Como venía cada día, muchas veces ni conversábamos. Esta ya era su casa. Se daba vueltas y siempre me encargaba novela negra, como la de John Connolly. Éramos amigos de su señora, de los críos que eran pequeñitos. Todo muy familiar”, explica.
El ambiente que se respira en la Sant Jordi es de ajetreo. Gente entra y sale, mientras se escucha todo tipo de música, incluso country tradicional. Una de las columnas que el escritor publicó en el Diari de Girona se la dedicó a Pilar Pagespetit. La Librera, se llamaba, y ahí mismo Bolaño sentenciaba la música que sonaba: “se escucha música jazz (que a mí me pone nervioso y a Pilar le relaja), aunque en otras ocasiones es posible escuchar música clásica, música étnica y música brasileña, cuyas notas también contribuyen a relajar a mi librera”. A lo que Pagespetit admite entre carcajadas: “Si se nos da por el jazz, pues ponemos jazz todo el día. A él le molestaba, pero nosotros seguimos así”.
La librería Sant Jordi es la parada número nueve de la Ruta de Bolaño que La Biblioteca Comarcal de Blanes realizó en conjunto a familiares y amigos para conmemorar sus diez años de muerte. Es por esa ruta que a la Sant Jordi llegan cientos de fanáticos a preguntarle a la librera por Bolaño. Pagespetit admite que eso ya la tiene cansada: “Lo importante es que ha dejado un legado que conecta con la gente de 20 a 45 años. Se convirtió en un clásico de la literatura universal y punto. La gente debe quedarse con eso y punto”, declara.
Lugar de encuentro
A los 42 años, Bolaño estaba recién sumergiéndose en el mundo editorial. Aún no era un escritor conocido. Ya estaba viviendo en Blanes, pero iba seguido a Barcelona: primero una vez al mes y luego cada semana, para reunirse con su editor Jorge Herralde cuando estaba ad portas del lanzamiento de Los detectives salvajes. Entre medio de esas idas y venidas, el escritor también se daba tiempo para ver a sus amigos.
En esa misma época, los libreros Marta Ramoneda y Antonio Ramírez renunciaron a la librería Laie de Barcelona y abrieron la propia en calle Mallorca. En 1995 nace La Central, una librería de humanidades con títulos en más de cinco idiomas y con el objetivo de propiciarle al lector un lugar agradable. Sin duda lo han logrado, así lo demuestran sus 1.200 m² repartidos en dos plantas, incluidos el café y la terraza; el suelo de madera, que entrega el toque acogedor y —cómo no— las impecables secciones separadas en historia, poesía, narrativa, arte, teatro, entre otras, cuyos libros colorean cada esquina. “El chileno estaba a gusto aquí, disfrutaba del ambiente y como además es un sitio céntrico, era perfecto para quedar con sus amistades del mundo literario”, comenta la librera Ramoneda. El escritor español Enrique Vila-Matas fue uno de esos grandes amigos con quien solía verse ahí. Bolaño generalmente llegaba unas horas antes; se paseaba de un lado a otro, hojeaba libros, se quedaba leyendo en la escalera, pero nunca encargó títulos. “Sabía claramente lo que buscaba y siempre lo encontraba”, comenta la dependienta, quien además destaca que la fama nunca lo hizo cambiar: “Él siempre fue el mismo: con su cazadora negra, así medio encogido. Si alguien no te decía que él era el gran Bolaño, jamás lo hubieras sabido”. Las conversaciones que Marta Ramoneda tuvo con el escritor seguían la misma naturalidad: hablaban del día a día, de lo que estaba buscando o si algo le llamaba la atención de algún libro.
Una de las secciones más importantes de La Central es la de novedades. Corresponde al mesón principal, ese que está en frente de la caja y donde se encuentran las obras que se han lanzado en el último tiempo, pero hay una excepción que siempre estará allí, sin importar los años que pasen: los libros de Roberto Bolaño. “Lo primero que les decimos a quienes entran a trabajar, es que esos libros no se tocan. Es nuestra manera de homenajearlo”. Bolaño también quiso homenajear a este santuario literario y por eso habla de él en la novela 2666.
Su isla
Habían pasado cuatro años desde que Bolaño y su madre vivían en Barcelona cuando decidieron mudarse a Girona, ciudad medieval que se encuentra a 80 kilómetros de la capital catalana. La brisa que constantemente juega entre las angostas calles contagia de una sensación de paz y tranquilidad, pero el escritor nunca se empapó de ella debido a la pobreza, frío y hambre que padeció. Como no tenía trabajo, le ayudaba a su madre en el negocio de bisutería. El recuerdo de esa preciosa ciudad siempre quedó como una etapa oscura de su vida y por eso intentó no volver. Más tarde Bolaño se mudó a Blanes junto con su mujer Carolina López. El cambio de aire era necesario. El chileno se enamoró de Blanes, ahí encontró el tiempo y espacio para escribir sus grandes obras. Llamadas telefónicas fue la primera compilación de cuentos que publicó en 1997 y cuyo éxito fue reconocido con el Premio Ámbito Literario de Narrativa y el Premio Municipal de Santiago de Chile. Ese mismo año, en Girona, el título llegó a las manos del librero Guillem Terribas. El éxito de Bolaño ya se hacía notar, por eso Terribas quería que él mismo presentara Llamadas telefónicas en su Llibreria 22. Lo contactó, pero la respuesta fue un no rotundo. El rechazo que le provocaba ese lugar por los malos recuerdos continuaba vivo, pero Terribas no se rindió: “Le insistimos diciéndole que el tiempo ya había pasado, que su novela nos había fascinado, que queríamos promocionarle y que además el mismo Javier Cercas sería quien la presentaría, hasta que cedió”.
La Llibreria 22 queda en Carrer de les Hortes, la misma calle que llega al clásico puente rojo de Girona, el Pont de les Peixateries Velles. Las letras grandes, blancas y redondeadas con su nombre, dejan en evidencia el estilo de fines de los años 70. El blanco del interior prevalece en sus paredes y estanterías, junto a numerosas fotos de Bolaño y recortes de periódicos con noticias de sus éxitos. Desde que el escritor chileno aceptó presentar Llamadas telefónicas, la reconciliación con Girona se logró y además ganó dos grandes amistades: el escritor Javier Cercas y Ponç Puigdevall. Este trío literario convirtió en una especie de tradición presentar entre ellos sus novelas en Llibreria 22 y luego ir a cenar y a beber gin tonic. Aunque Bolaño, por su problema al hígado, solo fumaba y tomaba Fanta. El librero Terribas era un invitado frecuente a estas citas que duraban hasta la madrugada: “Yo iba a escuchar, más que hablar. Las conversaciones eran de literatura latinoamericana y hablaban de escritores argentinos, chilenos y mexicanos que yo nunca había oído”. Bolaño se caracterizaba por ser de pocas palabras, excepto cuando se trataba de temas literarios. “Ahí no había quién lo callara”, dice Terribas. Las largas conversaciones por teléfono que solía tener con sus amigos así lo dejan en evidencia. Podían durar hasta tres horas.
Guillem Terribas no siempre ha sido librero. Respeta tanto este oficio que recién después de treinta años a la cabeza de su librería, decidió reconocerse como tal: “Ser librero es difícil porque hay que ir actualizándose todos los días de los miles de libros que se van publicando”, admite. En 1978 abrió su librería en Girona con un grupo de amigos. El objetivo era construir un sitio de encuentro de arquitectos, artistas, literatos; que se convirtiera en referencia de tertulias y presentaciones de libros. Una de las presentaciones más importante que se ha realizado ahí fue la de Los detectives salvajes. En esa ocasión el editor de Bolaño, Jorge Herralde, afirmó: “La Llibreria 22 es la isla de Bolaño”, por lo bien que se sentía allí.
La última conversación que el escritor chileno y el librero sostuvieron fue en mayo de 2003 en la entrega de los premios Seix Barral de la Biblioteca Breve en Barcelona. Allí agendaron la presentación de la novela 2666 que Bolaño tenía casi terminada, pero nunca se realizó. El escritor, que se convirtió en el fenómeno más interesante de la lengua española en los últimos cincuenta años como suele recordar Herralde, murió dos meses después.