Por: Álvaro Peralta Sáinz
Fotos: Verónica Ortíz
En la capital chilena existen más restaurantes que nunca. Hace un par de años se contabilizan más de siete mil establecimientos repartidos por la ciudad. Sin embargo, si uno sale al atardecer de un domingo en busca de un lugar donde comer algo más que un sándwich, se encuentra con un páramo. ¿No me cree? Recorra a eso de las ocho y media de la noche avenida Providencia, Nueva Costanera, Vitacura, Irarrázaval o el Barrio Italia. Penan las ánimas.
¿Por qué? Según varios dueños de restaurantes, se trata de un círculo vicioso. Dada la actual normativa legal es caro abrir un domingo, ya que se necesita una buena cantidad de personal extra debido a que los empleados tienen dos domingos libres por mes y además, cuando trabajan ese día, luego descansan una jornada en la semana. En resumen: si no te va extraordinariamente bien un domingo en ventas, no vale la pena abrir porque no es negocio.
Por otro lado, la gente en Santiago no tiene la costumbre de salir a comer ese día. ¿Resultado? La mayoría de los restaurantes abre sólo al almuerzo, cuando hay una buena afluencia de público que permite pagar al personal extra. Así las cosas, si se quiere cenar bien –sin terminar en los restaurantes de los malls–, la cosa se pone complicada. Aun así, buscando y buscando, algo se puede encontrar.